Saturday, August 26, 2006
Al rincón no / Not in the corner, please.
SEATTLE—Daniel Barriault is serving a time-out for a crime the 5-year-old claims he didn’t commit. Charged with possession of three Oreo cookies only a half-hour before supper and sentenced to a bare 8-by-12-inch bedroom corner for eight minutes, Barriault has had just one thing on his mind while waiting for his release. One thing and three people.
"Just a little while longer now", said Barriault, who slowly counted down his corner term to 20 before becoming confused and having to start all over again. "I’ve learned my lesson, but what they don’t realize is that their lesson has not even yet begun."
After four failed getaway attempts into the basement, Barriault was apprehended early Monday evening by household penal authorities Mommy and Daddy, likely operating on an anonymous tip from the "queen of all snitches," Barriault’s older sister, Ashley, 7.
"I may have been innocent when they put me in here, but I’m sure as heck not innocent now," said Barriault, who has served time-outs for a wide range of offenses over the years, including public misconduct, second-degree assault of a sibling, and vandalism misdemeanors when only 17 months old. "They took eight minutes of my life away, eight minutes of playtime I’ll never get back, eight minutes of cartoons I’ll never get the chance to experience—and for that, they will pay."
Monday’s capture of the young repeat offender was followed by a lengthy and disorderly trial, in which Barriault, who chose to represent himself, deliberately disrupted the proceedings by screaming and running around in circles until he had to be forcibly detained. Barriault alleges that he was then escorted with unnecessary force to his bedroom, made to empty out his pockets of three Yu-Gi-Oh! trading cards before being "worked over good by Mom" and receiving his sentence.
It remains unclear whether Barriault was ever offered a deal for apologizing for his behavior.
"In this corner, you have plenty of time to think," said Barriault, who claimed to have "tons of friends on the outside," including Jimmy, Josh, and Nana and Papa. "I know exactly what I’m going to do when my time is up. Who I’m going to visit. Plans? Yeah, you could say I’ve got some plans."
According to Barriault, being in the corner "is unlike anything else in the world." It can break the spirit of even the toughest of 5-year-olds, crush their confidence, and reduce them to nothing more than a "stupid little baby."
"This place, it can make a preschooler forget who they are, why it is they don’t like to share their Matchbox cars with other kids, what exactly about the taste of cauliflower makes it so yucky," added Barriault, who admitted that he can no longer remember what the touch of a good crayon feels like. "I wouldn’t wish this place on my worst enemies. No. I’ve got something entirely different in store for them."
Fidgeting either in anticipation of his release or from a growing urge to use the bathroom, Barriault told reporters Monday that despite not even being in the first grade, he never forgets a face.
"I’ve done my time. I’ve been a good little boy who’s seen the error of his ways," said Barriault with a smile. "And as soon as I get out, I’ll make things right. I’ll make sure everything gets made right. Cross my heart and hope to die."
"Stick a needle in my eye," he added.
En The Onion, 21 de agosto de 2006.
Thursday, August 10, 2006
Buenos Aires, guía de pecadores
Cuando el terco lector se encuentra con una guía extranjera de la ciudad donde vive, probablemente espere encontrar algo que ignora en medio de un caos de inexactitudes. Tal vez el mejor elogio para el libro del profesor Jason Wilson (University College, London) sea que su libro decepciona doblemente aquellas expectativas entre malevolentes y conservadoras. No hay en Buenos Aires: A Cultural and Literary Companion (Prefacio de Alberto Manguel. Oxford: Signal Books, 1999, 250 + XII páginas, reeditado este año) ni lo uno ni lo otro: ni descubrimientos laterales ni grandes errores. Hay, sí, unas cuantas erratas para gratificar al ojo, especialmente en el lenguaje y la toponimia en español. Pero es en suma una guía útil, aunque no lo sea para argentinos.
Buenos Aires: A Cultural and Literary Companion se abre con un capítulo introductorio (págs. 4-56), que es histórico y morfológico. De los más de cuatrocientos años de la capital argentina Wilson nos narra sus otros tantos golpes, con los habituales insultos para la oligarquía agroganadera y los no menos habituales e insulsos cumplidos para Perón y Evita. Se describen el lenguaje, las comidas (las empanadas, “most delicious snacks in the world”, según el poeta P. J. Kavanagh -citado en pág. 38-, sin olvidar el revuelto gramajo, preferido por la hija de Wilson), los cafés (el preferido del autor era El Blasón, en Pueyrredón y Las Heras, cerca del departamento que le había prestado, a cambio del suyo en Londres, Oscar Masotta), los tranvías de ayer y los colectivos de hoy (Wilson nos advierte, razonablemente, que tengamos cuidado con los punguistas).
Después de esta introducción, el libro consiste en una rosa de los vientos, con cuatro capítulos, uno para cada punto cardinal – por supuesto, el Centro funge de Este en la ciudad junto al río inmóvil. Como era de esperar, Wilson es mejor, y más abundante cuando habla del Centro y del Norte que del Sur y del Oeste. Sobre estos barrios, él encuentra más cosas en los libros. Y ahí viven todos sus amigos. Las otras zonas, más grandes y más populosas, no permiten la cita oportuna de Octavio Paz, ni siquiera del “Marxist-Sartrian Juan José Sebreli” (pág. 81) o del “novelist Mempo Giardinelli (1947-)”, que dispone de seis entradas en el index.
En el prefacio, Alberto Manguel cuenta, en una memoria porteña, que su barrio era Belgrano y que las aventuras estaban en el Centro. Este eje norte-centro domina ideológicamente el libro, y no sólo por la cantidad de páginas que se le asigna. Como es poco probable que el flâneur extranjero se aparte de él, éste no es un reproche mayor. Más importante es otro problema: la dificultad para separar el pasado y el presente en las descripciones de lugares y ambientes, unida al gusto por mitos dudosos que acaso nunca fueron pero que con toda seguridad ya no son. La Guía Pirelli: Buenos Aires, sus alrededores y las costas de Uruguay de Diego Bigongiari, que Sudamericana publicó en 1993 (ahora está agotada), resolvía esta dificultad con elegancia –y es una fuente que Wilson usa, y no siempre cita.
En suma, Buenos Aires: A Cultural and Literary Companion es una guía útil para extranjeros, y aún lo sería para extranjeros hispanófonos. Parece más difícil de tentar con ella a un lector argentino. Pero podría tentar a españoles, y hasta a visitantes hispanoamericanos en Buenos Aires.
Javier de Pablo
Buenos Aires: A Cultural and Literary Companion se abre con un capítulo introductorio (págs. 4-56), que es histórico y morfológico. De los más de cuatrocientos años de la capital argentina Wilson nos narra sus otros tantos golpes, con los habituales insultos para la oligarquía agroganadera y los no menos habituales e insulsos cumplidos para Perón y Evita. Se describen el lenguaje, las comidas (las empanadas, “most delicious snacks in the world”, según el poeta P. J. Kavanagh -citado en pág. 38-, sin olvidar el revuelto gramajo, preferido por la hija de Wilson), los cafés (el preferido del autor era El Blasón, en Pueyrredón y Las Heras, cerca del departamento que le había prestado, a cambio del suyo en Londres, Oscar Masotta), los tranvías de ayer y los colectivos de hoy (Wilson nos advierte, razonablemente, que tengamos cuidado con los punguistas).
Después de esta introducción, el libro consiste en una rosa de los vientos, con cuatro capítulos, uno para cada punto cardinal – por supuesto, el Centro funge de Este en la ciudad junto al río inmóvil. Como era de esperar, Wilson es mejor, y más abundante cuando habla del Centro y del Norte que del Sur y del Oeste. Sobre estos barrios, él encuentra más cosas en los libros. Y ahí viven todos sus amigos. Las otras zonas, más grandes y más populosas, no permiten la cita oportuna de Octavio Paz, ni siquiera del “Marxist-Sartrian Juan José Sebreli” (pág. 81) o del “novelist Mempo Giardinelli (1947-)”, que dispone de seis entradas en el index.
En el prefacio, Alberto Manguel cuenta, en una memoria porteña, que su barrio era Belgrano y que las aventuras estaban en el Centro. Este eje norte-centro domina ideológicamente el libro, y no sólo por la cantidad de páginas que se le asigna. Como es poco probable que el flâneur extranjero se aparte de él, éste no es un reproche mayor. Más importante es otro problema: la dificultad para separar el pasado y el presente en las descripciones de lugares y ambientes, unida al gusto por mitos dudosos que acaso nunca fueron pero que con toda seguridad ya no son. La Guía Pirelli: Buenos Aires, sus alrededores y las costas de Uruguay de Diego Bigongiari, que Sudamericana publicó en 1993 (ahora está agotada), resolvía esta dificultad con elegancia –y es una fuente que Wilson usa, y no siempre cita.
En suma, Buenos Aires: A Cultural and Literary Companion es una guía útil para extranjeros, y aún lo sería para extranjeros hispanófonos. Parece más difícil de tentar con ella a un lector argentino. Pero podría tentar a españoles, y hasta a visitantes hispanoamericanos en Buenos Aires.
Javier de Pablo
Wednesday, August 02, 2006
Mujer, asiática, londinense, sin visa
Marie Claire y Hilary Mantel, Meera Syal y Vogue, The Guardian y Daily Telegraph no pueden equivocarse todos juntos: el debut de Monica Ali es un gran libro, una golosa transfusión de sangre para la exangüe novela inglesa. El de estas autoras y estas publicaciones es un consenso más bien monódico, sin esas polifonías de voces que se separan en los detalles para confluir en el torrente de elogios. Todos coinciden en que Brick Lane (Londres: Doubleday, 2003, 492 páginas, reeditada desde entonces) es la gran novela de la inmigración asiática. Y como los inmigrantes no son anémicos, de esa premisa se deducen todas las virtudes sanguíneas del libro de Ali.
La anécdota que está en el origen de Brick Lane es una que se ha leído y visto en libros y films desde que el feminismo existe. Sólo varían la toponimia y la onomástica. En este caso es el East End de Londres (la toponimia no varió), y una joven bangladeshí para la cual su familia arregló un casamiento. De esta consigna un tallerista literario aplicado, sin levantar la cabeza ni espiar la hoja del vecino, escribe una buena novela, y Monica Ali hizo eso.
Brick Lane fue saludado como el retorno a Dickens, a la sólida tradición realista del siglo XIX, a los conflictos de familia y trabajo en una ficción que los descuidaba. Pero el libro es muy diferente de A Suitable Boy del indio Vikram Seth, que sí podía reclamarse del linaje evocado: una verdadera novela social, una novela de maneras, donde todos los estratos se encontraban y desencontraban, y donde la narración avanzaba desde el detalle empíricamente observable hasta el interior de las conciencias, y no a la inversa. Para Ali, que respeta la consigna de taller, lo importante no es el mundo visible, sino lo que ocurre en el interior de las cabezas de los protagonistas. Todo está contado desde los puntos de vista de los personajes, en un estilo indirecto libre de estricta observancia, salvo que no parece indirecto libre, porque Ali, aparentemente, no se da cuenta de que había otras posibilidades (faltó a esas clases del taller). Estilo es elección, pero Ali se conforma con la primera góndola, y no le interesa mirar el resto del supermercado.
Nunca importa para Ali the problem of other minds: de que sí existen está convencida. Esa convicción, esa dimensión mental de los inmigrantes está en la base del gusto británico por la novela de esta autora nacida en Bangladesh. Fue finalista del premio Booker 2004, que finalmente se llevó DBC Pierre con Vernon God Little, una sátira en el gusto Waugh-Amis (K.).
Como documento sociológico, Brick Lane es todavía más previsible que como texto literario: al inmigrante le cuesta adaptarse, pero cuando recibe dinero por su trabajo comienza a gustarle el país al que llegó, sufre los desgarramientos contrarios entre sí de la tradición y de la modernidad, finalmente se arraiga y puede disfrutar de lo mejor de dos mundos después de un doloroso proceso. Un “equipo de intelectuales” bangladeshíes presentó una virulenta carta a la editorial Doubleday pidiendo cortes y cambios en la novela; a Monica Ali le negaron una visa para visitar Bangla Desh, el país donde nació.
Javier de Pablo
La anécdota que está en el origen de Brick Lane es una que se ha leído y visto en libros y films desde que el feminismo existe. Sólo varían la toponimia y la onomástica. En este caso es el East End de Londres (la toponimia no varió), y una joven bangladeshí para la cual su familia arregló un casamiento. De esta consigna un tallerista literario aplicado, sin levantar la cabeza ni espiar la hoja del vecino, escribe una buena novela, y Monica Ali hizo eso.
Brick Lane fue saludado como el retorno a Dickens, a la sólida tradición realista del siglo XIX, a los conflictos de familia y trabajo en una ficción que los descuidaba. Pero el libro es muy diferente de A Suitable Boy del indio Vikram Seth, que sí podía reclamarse del linaje evocado: una verdadera novela social, una novela de maneras, donde todos los estratos se encontraban y desencontraban, y donde la narración avanzaba desde el detalle empíricamente observable hasta el interior de las conciencias, y no a la inversa. Para Ali, que respeta la consigna de taller, lo importante no es el mundo visible, sino lo que ocurre en el interior de las cabezas de los protagonistas. Todo está contado desde los puntos de vista de los personajes, en un estilo indirecto libre de estricta observancia, salvo que no parece indirecto libre, porque Ali, aparentemente, no se da cuenta de que había otras posibilidades (faltó a esas clases del taller). Estilo es elección, pero Ali se conforma con la primera góndola, y no le interesa mirar el resto del supermercado.
Nunca importa para Ali the problem of other minds: de que sí existen está convencida. Esa convicción, esa dimensión mental de los inmigrantes está en la base del gusto británico por la novela de esta autora nacida en Bangladesh. Fue finalista del premio Booker 2004, que finalmente se llevó DBC Pierre con Vernon God Little, una sátira en el gusto Waugh-Amis (K.).
Como documento sociológico, Brick Lane es todavía más previsible que como texto literario: al inmigrante le cuesta adaptarse, pero cuando recibe dinero por su trabajo comienza a gustarle el país al que llegó, sufre los desgarramientos contrarios entre sí de la tradición y de la modernidad, finalmente se arraiga y puede disfrutar de lo mejor de dos mundos después de un doloroso proceso. Un “equipo de intelectuales” bangladeshíes presentó una virulenta carta a la editorial Doubleday pidiendo cortes y cambios en la novela; a Monica Ali le negaron una visa para visitar Bangla Desh, el país donde nació.
Javier de Pablo
Tuesday, August 01, 2006
Rushdie vs. Greer
Se conocieron en la universidad, y al parecer nunca había sido buena la relación. Ahora The Guardian hace pública una batalla abierta entre el novelista poscolonial Salman Rushdie y la feminista Germaine Greer. Una batalla en nombre de la literatura y sus consecuencias. El tema, o el pretexto, fue una novela editada en inglés en Gran Bretaña, y que trata sobre el Islam. Como la novela ganó premios y fue un éxito de crítica y público, quisieron llevarla al cine. Pero cuando la leyeron los severos productores, dijeron que se trataba de una obra que se burlaba de la comunidad musulmana. Rushdie, indignado, está a favor del libro y, por supueto, también del film. Uno de los protagonistas del libro (Brick Lane, de Monica Ali, algo así como La callejuela de casas proletarias de ladrillo) parece un alter ego de Rushdie: "Un hombre gordo con cara de rana y el doble de sus años". Greer, en cambio, defiende el derecho de la comunidad musulmana a rechazar un libro que habla mal de los musulmanes. Rushdie le responde que incitarnos a "respetar la diferencia" es de por sí un gesto racista, al estilo de "aprendamos a convivir con la soriasis". El Guardian asegura que los furiosos vendedores de curry de la calle, llamada justamente Brick Lane, no leyeron una sola página del libro de la Ali. Así como tampoco de los Versos satánicos de Rusdhie, a quien sin embargo destestan, siguiendo lo que les enseñan los clérigos islámicos, que lo condenaron a muerte por esa larga y aburrida novela. Pronto, en este blog, una reseña del libro de la Ali.
S. D.
Mad Mel
¿No era de esperar la rabieta anti judía del director de la sado/anti-semita La Pasión de Cristo? Cuando unos policías californiandos lo detuvieron ebrio por conducir con exceso de velocidad (es muy fácil cometer este exceso en Estados Unidos), empezó a despotricar contra los fucking Jews. En Slate, se puede releer lo que Christopher Hitchens había revelado sobre Mel "Mad Mel" Gibson, ícono cultural de los teo-conservadores norteamericanos, esos neoconservadores que creen que tienen a Dios de su lado.
S. D.