Como la de su casi compatriota el sociólogo italoargentino Gino Germani o la de su compatriota pleno el historiador Tulio Halperin Donghi, la obra del filósofo Mario Bunge ha logrado una difícil victoria en dos frentes: ha ampliado progresiva, omnívoramente sus intereses profesionales, pero a la vez ha profundizado su conocimiento de todos y cada uno de los temas que ha elegido. Como sus dos contemporáneos, Bunge ha emigrado a América del Norte, y con esto ha ganado para la filosofía de la ciencia, y la filosofía a secas, la misma perspectiva singular desde la que los otros dos escribieron sobre sociología e historia. Es este sesgo el que permite una obra notable como The Sociology-Philosophy Connection (New Brunswick: Transaction Publishers, 1999).
En este libro, Bunge combina dos métodos cuya feliz alianza es también improbable. Es a la vez sistemático y crítico. Expone con convicción una doctrina propia ("systemism") que, si no despertará conversiones masivas, sí provocará muchas veces la irritación. O los sentimientos encontrados de saberse deslumbrados o refutados. Pero también expone los fundamentos filosóficos, explícitos aunque generalmente ocultos y escamoteados, de las principales escuelas sociológicas que se suceden desde el siglo XIX. Aquí la perspectiva argentina, y aun canadiense, de Bunge resulta particularmente útil, y aspira a volverse indispensable. Bunge conoce con igual familiaridad las tradiciones sociales de Europa continental como las del llamado mundo anglosajón. Esta capacidad para circular por dos andariveles que prefieren no cruzarse y para faltar con puntualidad a las citas prefijadas de antemano es rara en los manuales de ciencias sociales. Y el libro de Bunge puede leerse como uno de los mejores de los libros de texto, redactado por un lazarillo muy seguro de su laberinto.
Mario Bunge también se ha hecho famoso en la Argentina por su pugnacidad, muy característicamente en lo que se refiere al psicoanálisis, casi la profesión más vieja del mundo en Buenos Aires y demás ciudades nacionales, y cada vez mejor establecida en las capitales latinoamericanas. Bunge no es menos combativo en esta obra, lo que vuelve a su lectura aún más interesante. El capítulo final, "In Praise of Intolerance of Academic Charlatanism", no es inferior al "Modest Proposal" del Dr. Swift, y podría ser editado en forma independiente como muy efectivo panfleto. Aquí combate a Pierre Bourdieu, una superstición tan difundida como los entusiasmos por momentos enceguecidos que despierta el psicoanálisis.
Javier de Pablo
Sunday, July 23, 2006
Thursday, July 13, 2006
Historietas filosóficas
Al éxito de ciertos libros lo determina el gusto de ciertos públicos por determinados géneros. En Italia, en México, en Brasil, hay a la vez regusto y audiencia para lo que en italiano se llaman “elzeviri”. Son relatos breves (y filosóficos) a mitad de camino entre la crónica y la fábula con moraleja. Un género que siempre ostenta, u ostentaba, la “terza pagina” de los diarios italianos.
No es casual que Semplicità insormontabili (Roma-Bari: Laterza, 2004, 194 páginas), de los filósofos profesionales Roberto Casati (París, EHESS) y Achille Varzi (Nueva York, Columbia) haya sido traducido con éxito al portugués. Las 39 historietas (“elzeviri”) que compusieron, y que verosímilmente fueron antes serializadas en la prensa, podrían integrar -salvo por el hecho de que son menos graciosas-, el canon de Luis Fernando Verissimo. Como en el caudaloso y acaudalado escritor de Rio Grande, el pasmo por la vida moderna, el turismo, el mundo de los hombres visto por los animales integran un stock de chistes y agudezas que la Filosofía busca salvar de su debilidad.
El relato breve que da testimonio y prueba de los callejones sin salida de la filosofía, o -mejor aún-, que demuestra la necesidad de la Filosofía como cura o spa de lujo para las aporías del pensamiento corriente y el lenguaje ordinario, es un género tan viejo en Occidente y Oriente como la filosofía misma. En México y Guatemala, los autores que han intentado “elzeviri” propiamente filosóficos (Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Augusto Monterroso, el mismísimo Carlos Monsiváis con su catecismo para indios remisos) tuvieron un éxito variable. En Italia, el ingeniero argentino J. R. Wilcock intentó algo muy semejante a la empresa de Casati y Varzi con su libro Fatti inquietanti (1961), el primero que publicó en italiano. Una obra semejante en su concepción, pero muy superior en su ejecución. Sin embargo, la traducción castellana de este libro, a pesar del renombre que los suplementos culturales se empeñan en conferir a Wilcock, distó de ser un éxito entre el público.
En suma, como los libros de autores noruegos o franceses que resumen sin lágrimas la filosofía o la socialdemocracia para sus hijas, es difícil anticipar el éxito de Semplicità insormontabili. Como ocurre con las historietas-comics, como con las historias de cubículo de Dilbert, el efecto de la lectura corrida y cursiva es más fatigoso que la lectura ocasional de una fábula en su originaria serialización en un periódico. El libro requiere de un tipo especial de lectores que faltan para las letras hispanoamericanas; ciertas ausencias no son inexorablemente deplorables.
Javier de Pablo
No es casual que Semplicità insormontabili (Roma-Bari: Laterza, 2004, 194 páginas), de los filósofos profesionales Roberto Casati (París, EHESS) y Achille Varzi (Nueva York, Columbia) haya sido traducido con éxito al portugués. Las 39 historietas (“elzeviri”) que compusieron, y que verosímilmente fueron antes serializadas en la prensa, podrían integrar -salvo por el hecho de que son menos graciosas-, el canon de Luis Fernando Verissimo. Como en el caudaloso y acaudalado escritor de Rio Grande, el pasmo por la vida moderna, el turismo, el mundo de los hombres visto por los animales integran un stock de chistes y agudezas que la Filosofía busca salvar de su debilidad.
El relato breve que da testimonio y prueba de los callejones sin salida de la filosofía, o -mejor aún-, que demuestra la necesidad de la Filosofía como cura o spa de lujo para las aporías del pensamiento corriente y el lenguaje ordinario, es un género tan viejo en Occidente y Oriente como la filosofía misma. En México y Guatemala, los autores que han intentado “elzeviri” propiamente filosóficos (Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Augusto Monterroso, el mismísimo Carlos Monsiváis con su catecismo para indios remisos) tuvieron un éxito variable. En Italia, el ingeniero argentino J. R. Wilcock intentó algo muy semejante a la empresa de Casati y Varzi con su libro Fatti inquietanti (1961), el primero que publicó en italiano. Una obra semejante en su concepción, pero muy superior en su ejecución. Sin embargo, la traducción castellana de este libro, a pesar del renombre que los suplementos culturales se empeñan en conferir a Wilcock, distó de ser un éxito entre el público.
En suma, como los libros de autores noruegos o franceses que resumen sin lágrimas la filosofía o la socialdemocracia para sus hijas, es difícil anticipar el éxito de Semplicità insormontabili. Como ocurre con las historietas-comics, como con las historias de cubículo de Dilbert, el efecto de la lectura corrida y cursiva es más fatigoso que la lectura ocasional de una fábula en su originaria serialización en un periódico. El libro requiere de un tipo especial de lectores que faltan para las letras hispanoamericanas; ciertas ausencias no son inexorablemente deplorables.
Javier de Pablo
Tuesday, July 04, 2006
De ángeles y de mormones
A la edad de nueve años, el capitán Thomas Mayne Reid era el autor favorito de sir Arthur Conan Doyle, según leemos en Memories and Adventures (1924). Afortunadamente, también parece haberse ganado el lugar de autor dilecto para Michel Tournier (que nació en 1924), cuando el francés dobló ya la curva de su séptima década. Así lo demuestra Eléazar ou la Source et le Buisson (Paris: Gallimard, 1996, 142 páginas). Gracias a su ascendencia irlandesa, un soltero como Reid (1818-1883) era sin embargo un escritor recomendable a los ojos de los padres del padre de Sherlock Holmes. A éste, como después a su provecto lector francés, lo impresionaron favorablemente las experiencias norteamericanas del capitán Reid, que incluían una amistad admirativa con Edgar Allan Poe. En el primer capítulo de The Scalp Hunters (1852), Reid oponía con nitidez los paisajes contrastantes del desértico oeste-sudoeste norteamericano -que son los del primer capítulo de la segunda parte de A Study in Scarlet (1887), la primera aventura de Sherlock Holmes- y los de la Canaán californiana que ocupa al bíblico protagonista irlandés de Eléazar.
Tournier reúne en Eléazar dos mitos probadamente eficaces: el mito de la Tierra Prometida y el mito de la venganza. Como el desnudo Robinson de Vendredi ou les limbes du Pacifique (1967), Eléazar se encuentra a disgusto entre sus contemporáneos; como el Abel Tiffauges de Le Roi des Aulnes (1970), está en su elemento entre símbolos teológicos y mitológicos, entre niños de nueve y pocos años más. A la luz de estas compañías, Eleazar reinterpreta su aventura, que para un historiador sería la de tantos irlandeses famélicos que llegaron a Estados Unidos huyendo de la isla y del fracaso de las cosechas de papa. Eléazar confunde el mundo feérico con la realidad: para él, su propia existencia es una fábula, como lo es la novela de Tournier.
Los ángeles ocupaban un lugar conclusivo en Gaspard, Melchior et Balthazar (1978). Cuando, después de treinta y tres años de gozoso cautiverio entre los sodomitas, el D'Artagnan de los reyes magos, Taor, príncipe de Mangalore -que había llegado a Belén el 28 de diciembre, para encontrar a la ciudad atareada en la masacre de los Inocentes-, golpea en la puerta de José de Arimatea, encuentra la casa vacía, pero también trece copas, un poco de vino y un poco de pan. Bebe y come. Después, los ángeles se llevan a este retardatario de la eucaristía y con ello acaba el libro.
En Eléazar, los ángeles están en tierra de ángeles, donde dictaron a Joseph Smith su Libro de Mormón. Un discípulo de Alejandro Dumas, el tuberculoso Robert Louis Stevenson, había anticipado el revés demoníaco de los adoradores de los ángeles en More New Arabian Nights: the Dynamiter (1885), en el cual unos paramilitares mormones hacen que los fugitivos se retiren "on seeing on the face of the rock, drawn very rudely with a charred wood, the great Open Eye which is the emblem of the Mormon faith". Los presagios, las señales en la roca o en el mar, las profecías a posteriori abundan en Eléazar. Es el mejor libro de Tournier en dos decenios, y uno cuya traducción al español los suplementos culturales saludarán debidamente. El germanista Tournier demostró que podía ser americanista, pero esa potencialidad suele ser un destino.
Javier de Pablo
Tournier reúne en Eléazar dos mitos probadamente eficaces: el mito de la Tierra Prometida y el mito de la venganza. Como el desnudo Robinson de Vendredi ou les limbes du Pacifique (1967), Eléazar se encuentra a disgusto entre sus contemporáneos; como el Abel Tiffauges de Le Roi des Aulnes (1970), está en su elemento entre símbolos teológicos y mitológicos, entre niños de nueve y pocos años más. A la luz de estas compañías, Eleazar reinterpreta su aventura, que para un historiador sería la de tantos irlandeses famélicos que llegaron a Estados Unidos huyendo de la isla y del fracaso de las cosechas de papa. Eléazar confunde el mundo feérico con la realidad: para él, su propia existencia es una fábula, como lo es la novela de Tournier.
Los ángeles ocupaban un lugar conclusivo en Gaspard, Melchior et Balthazar (1978). Cuando, después de treinta y tres años de gozoso cautiverio entre los sodomitas, el D'Artagnan de los reyes magos, Taor, príncipe de Mangalore -que había llegado a Belén el 28 de diciembre, para encontrar a la ciudad atareada en la masacre de los Inocentes-, golpea en la puerta de José de Arimatea, encuentra la casa vacía, pero también trece copas, un poco de vino y un poco de pan. Bebe y come. Después, los ángeles se llevan a este retardatario de la eucaristía y con ello acaba el libro.
En Eléazar, los ángeles están en tierra de ángeles, donde dictaron a Joseph Smith su Libro de Mormón. Un discípulo de Alejandro Dumas, el tuberculoso Robert Louis Stevenson, había anticipado el revés demoníaco de los adoradores de los ángeles en More New Arabian Nights: the Dynamiter (1885), en el cual unos paramilitares mormones hacen que los fugitivos se retiren "on seeing on the face of the rock, drawn very rudely with a charred wood, the great Open Eye which is the emblem of the Mormon faith". Los presagios, las señales en la roca o en el mar, las profecías a posteriori abundan en Eléazar. Es el mejor libro de Tournier en dos decenios, y uno cuya traducción al español los suplementos culturales saludarán debidamente. El germanista Tournier demostró que podía ser americanista, pero esa potencialidad suele ser un destino.
Javier de Pablo