Al éxito de ciertos libros lo determina el gusto de ciertos públicos por determinados géneros. En Italia, en México, en Brasil, hay a la vez regusto y audiencia para lo que en italiano se llaman “elzeviri”. Son relatos breves (y filosóficos) a mitad de camino entre la crónica y la fábula con moraleja. Un género que siempre ostenta, u ostentaba, la “terza pagina” de los diarios italianos.
No es casual que Semplicità insormontabili (Roma-Bari: Laterza, 2004, 194 páginas), de los filósofos profesionales Roberto Casati (París, EHESS) y Achille Varzi (Nueva York, Columbia) haya sido traducido con éxito al portugués. Las 39 historietas (“elzeviri”) que compusieron, y que verosímilmente fueron antes serializadas en la prensa, podrían integrar -salvo por el hecho de que son menos graciosas-, el canon de Luis Fernando Verissimo. Como en el caudaloso y acaudalado escritor de Rio Grande, el pasmo por la vida moderna, el turismo, el mundo de los hombres visto por los animales integran un stock de chistes y agudezas que la Filosofía busca salvar de su debilidad.
El relato breve que da testimonio y prueba de los callejones sin salida de la filosofía, o -mejor aún-, que demuestra la necesidad de la Filosofía como cura o spa de lujo para las aporías del pensamiento corriente y el lenguaje ordinario, es un género tan viejo en Occidente y Oriente como la filosofía misma. En México y Guatemala, los autores que han intentado “elzeviri” propiamente filosóficos (Alejandro Rossi, Gabriel Zaid, Augusto Monterroso, el mismísimo Carlos Monsiváis con su catecismo para indios remisos) tuvieron un éxito variable. En Italia, el ingeniero argentino J. R. Wilcock intentó algo muy semejante a la empresa de Casati y Varzi con su libro Fatti inquietanti (1961), el primero que publicó en italiano. Una obra semejante en su concepción, pero muy superior en su ejecución. Sin embargo, la traducción castellana de este libro, a pesar del renombre que los suplementos culturales se empeñan en conferir a Wilcock, distó de ser un éxito entre el público.
En suma, como los libros de autores noruegos o franceses que resumen sin lágrimas la filosofía o la socialdemocracia para sus hijas, es difícil anticipar el éxito de Semplicità insormontabili. Como ocurre con las historietas-comics, como con las historias de cubículo de Dilbert, el efecto de la lectura corrida y cursiva es más fatigoso que la lectura ocasional de una fábula en su originaria serialización en un periódico. El libro requiere de un tipo especial de lectores que faltan para las letras hispanoamericanas; ciertas ausencias no son inexorablemente deplorables.
Javier de Pablo
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