A la edad de nueve años, el capitán Thomas Mayne Reid era el autor favorito de sir Arthur Conan Doyle, según leemos en Memories and Adventures (1924). Afortunadamente, también parece haberse ganado el lugar de autor dilecto para Michel Tournier (que nació en 1924), cuando el francés dobló ya la curva de su séptima década. Así lo demuestra Eléazar ou la Source et le Buisson (Paris: Gallimard, 1996, 142 páginas). Gracias a su ascendencia irlandesa, un soltero como Reid (1818-1883) era sin embargo un escritor recomendable a los ojos de los padres del padre de Sherlock Holmes. A éste, como después a su provecto lector francés, lo impresionaron favorablemente las experiencias norteamericanas del capitán Reid, que incluían una amistad admirativa con Edgar Allan Poe. En el primer capítulo de The Scalp Hunters (1852), Reid oponía con nitidez los paisajes contrastantes del desértico oeste-sudoeste norteamericano -que son los del primer capítulo de la segunda parte de A Study in Scarlet (1887), la primera aventura de Sherlock Holmes- y los de la Canaán californiana que ocupa al bíblico protagonista irlandés de Eléazar.
Tournier reúne en Eléazar dos mitos probadamente eficaces: el mito de la Tierra Prometida y el mito de la venganza. Como el desnudo Robinson de Vendredi ou les limbes du Pacifique (1967), Eléazar se encuentra a disgusto entre sus contemporáneos; como el Abel Tiffauges de Le Roi des Aulnes (1970), está en su elemento entre símbolos teológicos y mitológicos, entre niños de nueve y pocos años más. A la luz de estas compañías, Eleazar reinterpreta su aventura, que para un historiador sería la de tantos irlandeses famélicos que llegaron a Estados Unidos huyendo de la isla y del fracaso de las cosechas de papa. Eléazar confunde el mundo feérico con la realidad: para él, su propia existencia es una fábula, como lo es la novela de Tournier.
Los ángeles ocupaban un lugar conclusivo en Gaspard, Melchior et Balthazar (1978). Cuando, después de treinta y tres años de gozoso cautiverio entre los sodomitas, el D'Artagnan de los reyes magos, Taor, príncipe de Mangalore -que había llegado a Belén el 28 de diciembre, para encontrar a la ciudad atareada en la masacre de los Inocentes-, golpea en la puerta de José de Arimatea, encuentra la casa vacía, pero también trece copas, un poco de vino y un poco de pan. Bebe y come. Después, los ángeles se llevan a este retardatario de la eucaristía y con ello acaba el libro.
En Eléazar, los ángeles están en tierra de ángeles, donde dictaron a Joseph Smith su Libro de Mormón. Un discípulo de Alejandro Dumas, el tuberculoso Robert Louis Stevenson, había anticipado el revés demoníaco de los adoradores de los ángeles en More New Arabian Nights: the Dynamiter (1885), en el cual unos paramilitares mormones hacen que los fugitivos se retiren "on seeing on the face of the rock, drawn very rudely with a charred wood, the great Open Eye which is the emblem of the Mormon faith". Los presagios, las señales en la roca o en el mar, las profecías a posteriori abundan en Eléazar. Es el mejor libro de Tournier en dos decenios, y uno cuya traducción al español los suplementos culturales saludarán debidamente. El germanista Tournier demostró que podía ser americanista, pero esa potencialidad suele ser un destino.
Javier de Pablo
No comments:
Post a Comment